martes, 19 de abril de 2011

Lectura para desayuno


El primer alimento del día: unas ricas, ligeras y nutritivas líneas. Etimológicamente, el verbo desayunar cuando se disgrega, da una forma interesante: des- ayunar.

Ese "des" es un prefijo de de herencia latina y muy común en nuestro español,como descompuesto….des-articulado,des-ordenado,des-precio,des-aseado,des-cuidado,des-madre, etcétera, etc.

Ahora caigo en cuenta, que la palabra desayuno parecer ser de las pocas que reciben una benevolencia etimológica con el famoso prefijo "des" que todo lo deshace; pero pareciera que para el verbo que analizamos no es así, porque en todo el mundo se reconoce al desayuno como la comida más importante del día, entonces, ¿que tendría de bueno desparpajar el ayuno?, ¿por qué el salir del estado del ayuno es un bien reconocido? si se dice que los Cemanahuacos, (por tomar un ejemplo cercano) cambiaron el nombre a aquel que meditó e hizo ayuno por largo tiempo, y después de tales abstinencias, lo bautizarlo como el coyote hambriento, que en su lengua se dice: Nezahual-coyotl: aquel poeta Texcoca, que se le atribuye la concepción del monoteísmo en el antiguo mundo prehispánico. Concepción que alcanzó gracias a un largo ayuno, y que se le reveló luego de las penitencias que ofrecidas cuando aún se llevaba por nombre Acolmiztli; apelativo que vino a dejar cuando propago la concepción del Dios único en las tierras Anahuac, aquel dios que llamó: TLOQUE NAHUAQUE, lo que no tiene nombre para pronunciarse.



Aquí radica la gran dicotomía del desayuno: por un lado quita el hambre primera y por otro lado despoja al hombre de las clarividencias de un ayuno, como diría un Nezahualcoyotl o un Jesús. He aquí las benevolencias que aparenta un rico desayuno, o una rica, ligera y nutritiva lectura. Por ello invitó a que analicemos en el diccionario de los Candiles de la Red la siguientes definiciones:

Des-ayuno: dícese a la acción desguazar el ayuno.

Ayuno: herramienta divina que desde el oriente miedo, hasta la tierras el Cemanahuac se le atribuyen poderes de iluminación, en mayor medida si se ejecuta el acto por cuarenta días y en los rincones de un desierto. El verbo puede otorgar facultades y portentos milagrosos y hasta adivinatorios.

(Nóta Importante: A la persona que ejecuta la acción diaria del desayuno, se le puede atribuir irremediablemente un estado anterior de penitencias, ya que al aplicársele el verbo de desayunar, decimos de alguien que estuvo efectuando la acción del ayunar y la desguazó minutos atrás)

En todo caso, toda persona que ejecuta el verbo desayunar, conoció de algún modo las consecuencias de un ayuno, es decir un estado de iluminación previo a pesar de que el ejecutante desconozca el desguazamiento de las iluminaciones en el estado previo del ayunar.



Un Ayuno en Pérgamo

El último ayuno que realicé fue hace cuatro meses, mas aclaro que no fue de esos ayunos que consideran al verbo como una abstinencia de alimento de ocho de la mañana hasta un máximo de dos de la tarde, si esta concepción de ayuno hubiera estado en vigencia cien años luego de la muerte de Mohamed el profeta, entonces el impúdico Omeya, Al-Walid, hubiera vivido sin ningún reproche como musulmán en la sociedad árabe antigua, y hasta con honores de maestro iluminado en nuestra cultura actual; mas Al- Walid, como todo hombre plenamente malo, tuvo que haber hecho algo bueno, y esa mañana le comprobé el acierto: porque fue irreprochable la sensación de infinito que me causó el Quasair Mushatta, aquel solemne pedazo de muro, que rinde honores a todos los sentimientos expresables en la geometría; aquella imagen fue en la sala árabe del Museo de Pérgamo, fue un día de diciembre de ayuno, un día de hace cuatro meses en Berlín.


Mi abstinencia de manjares durante el recorrido en el Museo de Pérgamo, fue una conjunción de la situación económica que atravesé aquella mañana y una lucida voluntad masoquista, porque me negué a derrochar siete euros en un desayuno por ser los únicos que traía en la bolsa, y con el estomago lleno de los aires reflexivos que otorga la curiosidad, vagué todo un día en ayunas por las cuatro salas del Pérgamo. Las mortificaciones duraron poco, porque una vez dentro del inmueble, las concepciones de tiempo se pierden, entrecruzando lapsos babilónicos con los romanos, las lenguas árabes con los dialectos ático y iónico de los Helenos, y uno cae en aquellas muros a un lapsus linguae: entonces se enmudece la lengua, y se sienten revoluciones historicas innombrables de de todos los sonidos agitándose en un mismo lugar y queriendo ser pronunciados de una sola voz.

Desde que entré al Pérgamo me dispuse a analizarlo todo, detalle a detalle; recuerdo que el aparador de bienvenida, donde se dan los auriculares para ambientar el recorrido, habían unas estatuas que nadie observaba, quizá por considerarlas indecentes o sin importancia, o quizá también porque las rocas estaban tocando la periferia del mundo humano, los limites terrenales que atinadamente acotaba el museo con la sonrisa distraída de los recepcionistas antes de entrar a la primera sala, yo me dispuse a analizar las figuras, y en esas pequeñas fracciones de mármol, encontré un indicio de lo que sólo hube leído en libros de griegos: La Kalokaghatía, el principio estético y moral de la belleza fundido en los cantares mudos de una piedra. Sólo eran tres estatuas en el parador: un pedazo del templo de Atenas que estuvo en Mileto, un brazo de Hera y un fragmento de columna, de las típicas griegas, luego estar con esas compañias, me despide de aquel concepto, y considere prudente seguir el paseo, me acerque al aparador y una bella recepcionista me preguntó sobre mi lengua natal, le respondí con dicciones tales para que me diera unos auriculares en francés, los tomé y ella me deseó un buen viaje.

Al principio, cuando se entra al Museo, lo invade todo el Altar de Pérgamo, ¿magnánimo? , no, sólo en fotos se alcanza a percibir algún relieve que apunte para la banalidad, porque estando de frente al coloso, la sensación que trae al espíritu no hunde, como sí pasa en la arquitectura comunista, nacionalista y la de todos los istas, sino que pasa totalmente lo opuesto; primero se encuentran las puertas de una gran ciudad abiertas, como dando la bienvenida a todos los visitantes del Museo de Pérgamo, aquellos venidos de lejanas tierras; no sé cuantos de los visitantes de aquella tarde sintieron lo que yo, porque de pronto algo me elevó por las escaleras del retablo, hasta llegar a la cúspide del altar, y desde las altitudes pude otear por completo todos los frisos de dioses, semidioses y titanes que batallan bajo las faldas del Altar de Pérgamo, monumento humano que me parecía estar en la cima del entablamento más alto que alguna vez se haya erigido, haciendo percibir a quien estuviese en su cabeza todas elevación como simples podios. Pero luego una sensación de culpa e inmerecimiento me hizo descender, y bajé de nuevo las escaleras, acercándome a los relieves divinos del podio, donde Zeus congelaba el rayo a tres gigantes, Atenas montaba en su carruaje hacia la misma guerra y Hera lanzaba sus fieras a los enemigos zoomorfos, y mientras que los auriculares iban relatando los datos históricos, la imaginación los tomaba para digerirlos y poner mi organismo en acción: estomago lleno de curiosidades, forastero con hambres de soledad. Fue un eco que escuché desde el fondo de mis entrañas.

Fueron cuatro horas las que pasé en la sala griega, cuatro largos momentos que no pueden ser descritos con los bites, aún difícilmente explicables con las líneas a mano en una pluma y casi imperceptibles en su esencia cuando se pronuncian por la voz. Esa fue la sensación de aquel día de ayunas por Berlín, desconozco hasta que punto cual de mis ofuscamientos era resultado de la renuncia alimenticia, y cual de ellos a la Kalokaghatía. Mas aún tuve la oportunidad de comprobarlo: salí de nuevo a la entrada de la sala, y emule la voz de tal forma que la recepcionista me diera auriculares en ingles, pues consideré prudente el cambio de idioma para seguir a la sala de Asiria y los Babilónicos: y ahí de nuevo me encontraron las efigies tan desprotegido, derribando mis fantasías con historias imperiales, luego la sala siguiente, el miedo oriente, mas cuando pasé a la sala del mundo musulmán, decidí hacer ese viaje en español, porque hubiera sido como un falta de educación presentarme con otro idioma ante los vecinos árabes, ante Al- Walid, el Califa de Omeya, el impúdico que hace mil trescientos ayunos, hizo del ayuno un des- ayuno diario, o quizá después de mucha cavilar sobre las desventajas de sus prefijos, los árabes legaron al castellano un rico Al-muerzo.

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