III
Dueño de chinchorro y buen pescador,
mi padre, Don Vidal Izbașa me enseñó por mi mucha fuerza de voluntad el arte de la redada de peces y el manejo del
arpón para obtener en cada día de mi separación a los estudios el alimento que
de mi tía Subi ya no sacaba en sus podridas alacenas y secos libros. Aunque era
mi padre un saudoso empedernido tuve por bien acercarme a él. Don Vidal fue el
primer pescador que tuve a la mano para aprender a quitarme el terror a la
familia haciendo esto por conveniencia mía y de la familia en aportar para la casa. Yo
una niña todavía conocí poco sobre las saudosias de los marineros y de las
recias empedernidades que la vida forja en el espíritu de quienes viven de las
aguas, simplemente vi a mi padre como lo que para mí era y no lo que él era
para con el arte de la navegación y lo que la pesca deja para con las manos del
espíritu en los hombres. Sin prejuicios le coloqué toda la disposición a mi padre
para que su ánimo no se cayese de solo en las ocupaciones de la laguna porque
aunque siempre estuvo acompañado de mujeres, en la aguas era él un hombre muy
solitario. Yo su única hija al darle ésta noticia dile entonces también la
fuerza para sobrellevar sus ocultas penas para así yo seguir en la profesión
de la pesquería por herencia familiar. Fue
entonces que yo niña a muy temprana edad me vi mujer.
Antes de los diez años dominé la
pesca con fisga y atarraya, la de atarraya la prefería antes que la fisga
porque gusto mucho de nadar y hacer duelo de pez a hombre con tal de demostrar
que tan mujer era yo y que tan niña dejé de ser cuando tomé esta decisión. Sea
cual sea el motivo pescar con atarraya es sentir con los dedos de los pies el
légamo del fondo lodoso, y hacerlo es algo que degusto mucho, sacas de los
recovecos los peces y los llevas de tus manos al comal y del comal a la boca
directamente. Recuerdo los pies tocando la tierra del lago con mis metatarsos restregándolos
en la tierra mojada como una rana regordeta que se impulsa con un bagre preso
por las fauces. Atarrayábamos por horas en las orillas de la laguna hasta
pasada la luz del día porque el contumaz deseo de mi padre por el trabajo de la
pesca era tanto y tan harto que me llevo a mí a no conocer cansancio si se
trataba de trabajar. Lo miré siempre con entera disposición para todo, lleno de
sonrisas para las dificultades y poniendo dificultades para las cosas que con
facilidad todos preferían por ociosa calma hacer. La abulia no la tuvo y
aquello que aqueja a muchos hombres del mundo se le escurrió de la templada sangre
que le escurría a él como de nacimiento. Así de éste temple eran las venas de
mi padre el saudoso y empedernido Don Vidal Izbașa. Romántico viajero, más alto
que bajo y dispuesto a bajar lo suficiente como para conocer el más tosco
lenguaje de la laguna como para llevarse de a usted con los políticos del
municipio. Bigotudo y tan ardiente amante de mi madre como nadador y cazador de
pato garbancero, gallaretas y pililes, tan diestro en la pesca como en el
galanteo. Sirviéndose su espíritu de las
mismas técnicas para cazar el ánsar, el pez y a la mujer. Y lo digo yo Sibila
Izbașa quien siendo mujer confieso que las técnicas no tienen género cuando de
coqueteo se trata.
Él llegaba seduciendo a sus presas con un nado sigiloso, y siempre atento al
movimiento del ave iba enmascarando de sus intenciones perforando un bule que
ponía en su cabeza para ocultar su rostro verdadero y dar a entender a la mujer
otra cara, seguía así disfrazado de cabeza de bule hasta los remansos tulares donde
se posaban sus víctimas y allí estando en sus casas colocaba el nado a sus anchas, entonces cuando
el ánsar o la mujer se tenían por bien seguras y hasta amados y necesitados de
su presencia él colocaba principio a su descanso y comienzo a su ardiente
arrebato - sujetando bajo las aguas a docenas de patos desde sus palmas y
jalando así con la mirada del corazón a cuantas mujeres quería su voluntad – supe
después por intuiciones de esas que llegan de la memoria de la infancia, cuando
la ceguedad de la vida llega, que pude haber nacido yo así y que pudo mi madre no
haber sido tan de especial cariño para mí padre como en ese entonces yo
pensaba. En fin estas memorias sentimentales no vienen al caso, ahora sirve
decir que no sólo me vi yo con espíritu de linfa nadando ágil para cazar las
gallaretas, los pililes y el pato garbancero sino que fui de ahí a aprender de éstas
remansas formas de caza el arte de enamorar y manipular a los hombres sacando
provecho de las migraciones de todas las aves que llegan desde el norte del
continente hasta la Ciénega del lago de Chapala, en especial de los turistas
estadounidenses quienes fueron mi jugosa presa por mientras estuve en el lago.
Dominé pronto éste arte, haciéndolo
yo misma punteaba mis sistemas de bules en los tulares mientras llegaba la
temporada para cada cosa, ya de pesca, ya de aves o ya de aprovechar de la
jugosa migración del norte. Cuando abril
termina en Chapala no hay ave o pez que den motivo para estar de ociosos
en la laguna y otra vida comienza en la tierra colocando todo hombre de la
ciénega sus manos a los aperos. Trajinan los suelos cada cual en su cuamil y
van cimentándose pepinos de los puños de tierra, borbotes de sandía nacen de
los surcos, hilos largos de cebolla, pelitos de chile de muy bajo y enredaderas
de larga calabaza. Es muy bonito esto desde abril hasta agosto son las horas de
trabajo a Sol abierto. Cuando caía el astro por el cielo de éstas fechas iba yo
para las aguas del Chapala caminando polveada de tierra y curtida de la piel
por los rayos de mi sudor trabajado bajo las gotas del sol y el peso de los
aperos de la labranza.
Así cansada pero muy complacida llegaba al
lago después de arar la tierra andando mirando ahí con intenciones de volver a
las aguas, porque has de saber con más detalle mientras transcurra nuestra compañía
en estas letras que yo me regodeo en la mar, desde ese entonces me gustaba en
armar mi chinchorro sólo por pleno gusto de echarlo a navegar en la laguna. Tenía
un gran secreto de técnica del que pocos pescadores hacían uso, en esto que era
el colocar un palo desde su proa a modo de trinquete bauprés desde donde me colgaba
para ir limpiando los lirios desperdigados que se fueran atravesando en mí ruta
y así poder yo salir del muelle sin ayuda más larga que la de mi vela, mi
ingenio en manipular el viento y mis músculos. Idea de mi padre fue de
colocarle a nuestro chinchorro la entena para relingar una manta que hicimos de
vela y en esto de la navegación a vela me instruí como lo hacía la gente de
Mezcala quienes son todavía los únicos que utilizan su vela cuadrada, tomé
mucho aprendizaje también de los de San Pedro Itsican quienes ponen toldo a su
navegación y aprendí también de la gente de las Tortugas quienes eran los que
mayormente zarpaban para la otra Isleta de Boca del Río de donde supe yo la
mejor ruta para hacerme del negocio de transportar turistas para la isla de los
Alacranes.
Como ya se dijo dejé el latín muy
temprano y lo tuve por educación hasta los siete años y fue de esa a edad hasta
pasado cinco años que me dediqué con toda disposición a la pesquería. Ya los doce
años dominada la técnica del timoneo, izando yo sola mi chinchorro sujetando
con una mano la escota y con otra alzando mi vela cuadrada con una pequeña driza
de mecate mientras subía abordo todas mis jarcias, aparejos de pescar,
anzuelos, carnadas y plomos comenzaba el palanqueo. Mi navegación tuvo el
nombre de La Leona y así llamé a mi
chinchorro por lo que después de tanto andar en ella se me quedo aquello de la leona. Fui desde entonces la más
adiestrada navegante del Chapala de entre todos los de mi edad y de algunos
incluso de mayores años siendo la única que ofrecía viajes hasta la Isla de los
Alacranes por pura cuenta propia, pues no era el mérito de mis fuerzas para
palanquear lo que me llevaba hasta la isla sino que me serví del arte de la
navegación a vela que pocos en la laguna conocen tan bienamente. Con ese gran
alborozo y poco cansancio me ganaba yo de dineros, transcurriéndome así ésta
bella fortuna hasta los quince años.
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