El hombre que fue Nixtamal.
Fueron siete noches y seis días, en la séptima noche
Jacobo se desvaneció y en pedazos siguió su camino.
-
¡Seis desvelos no valen en Londres!
Repitió para sí mismo la frase vagando en dirección norte
del paseo Abingdon por el viejo centro de Londres, al tiempo que martillaba la
oración en su cabeza cada dos minutos.
-
¡Seis desvelos valen pero no en Londres!
Caminó en trance con una agotada terquedad mientras hacía
equilibrios para no languidecer en el halo invisible que emana la vida nocturna
de los bulevares, esa noche Jacobo acertó solamente a oler los personajes históricos enfermos
de contumacia que todavía se pasean en las calles, de todos los olores del
Abbandun penetro más aquel vahó solitario y tenaz en los poros de su nariz, una
esencia que se afanaba en los edificios que hubo levantado Joseph Aspdin en
todas los paseos de Inglaterra y errando Jacobo percibió que era verdad: la
esencia venia de Dorset unos kilómetros al sur, era la fetidez más penetrante
de todas las que se mezclaban en las
cuencas del Támesis y llegaba a La City
aquel seco perfume que entraba a las
paredes nasales como cal húmeda y se humedecía con la fragancia de las aguas
para conjugarse con un hedor a trizas de carne humana guisándose.
-¡Lo debí haber terminado en la primera noche… o nunca
haberlo empezado, no, no valen seis
desvelos en Londres!
A pesar que Jacobo
llevó por encima de su cabeza la aurora de la luna llena y la memoria repleta
de recuerdos no tuvo limpidez para conectar los pensamientos, e iba
mariposeando sin ver los faros que alumbraban las banquetas y los costados de
la calle, ni siquiera el verde luz del parque Victoria que lo seguía a su costado
por el ancho donde caminaba sus pasos eran más largos y eran más, y cada vez se
iba perdiendo entre la espesa arcilla viviente que forma la atmosfera de la
metrópoli: mujeres y tafetanes
derrengando bailes sin elegancia y con censura, todos los hombres en ternos, con
maletín en mano y ejecutando tres actos sin consciencia de ninguno, los unos
hablan por teléfono, otros apenas sacan su celular y los demás en un lapso
intermedio marcan el número que se
encuentra entre los hechos de los dos personajes de Londres, el que viene y el
que va y cada uno de ellos va repitiendo un eco discontinuo de acciones a tres
tiempos. Jacobo escuchó aquella secuencia en un ciclo infinitamente nauseabundo
como si ellos intentaran comunicarse con todas las jábegas que alimentan la
capital del Reino Unido. Las voces de
los hombres y los repiquetes de los tacones asechaban hasta la terquedad de
pronunciar su frase y tal fue su miedo que pensó que hasta su obstinación se
vería inmolada por mecánicos tafetanes y viejos ternos en ese momento entendió por
vez primera el bramar de un sentimiento ruin y el sonido que escucha el hombre
cuando sólo intenta oírse él mismo, Jacobo inmediatamente asemejó las
perturbaciones al ritmo de los versos que memorizó y nunca pudo comprender y cuando
percibió el error que compartía con todos ellos por ésta falta, cayó en un
plañir tan infantil e inevitable que dejó salir todas las sales de sus ojos
salando los machuelos por los que pasó esa noche: y entre lagrimeos cantó todas
las odas, estrofas y baladas que hasta ese momento conocía y consideraba
comprender, todo con tal de que una de ellas le bajara el perdón del canto y lo
hizo así hasta que su alma recordó una jarcha en muzárabe, porque le vino de no
supo dónde para desbocar todo su ser en un gemido tan enjundioso que saltaron de sus encías algunos de sus dientes, como si
fueran granos de un elote que se machaca con el invisible cuchillo de la poesía
que por primera vez se siente al cantarla entre los labios, y en ese rezó tosco y sincero Jacobo imploró
de continuo por un alfaquí:
-¡Seis desvelos valen ahora lo sé….pero no en Londres, no
valen en Londres, da lo mismo uno a seis desvelos! ¡Cúrame Señor o dime que
hago aquí!
Jacobo se desaguaba en sudor con su cuerpo y su alma lo
seguía cociendo en un gran sollozo desde adentro, entre los poros donde le escapaba
una sangre blanca, albina, que pintó su piel en un semblante pálido y lleno de
expresión mientras su dientes manchaban las calles como se piedritas blancas
que sin intención quedaban atrás de sus pasos, deambulando hasta salir de la cimbra de árboles en que se metió Jacobo
siguió por la misma calle con tal de llegar al paseo Abingdon, imaginó caminar
pensando que todo era producto de su fantasía hasta que ya no le estorbo ninguna de las
ramas, ahí en el entrelace de las avenidas pudo observar el salir del sol, un nuevo día comenzaba y una
noche más en Londres había pasado - Jacobo alcanzó a medio leer una placa que
con fuerzas se afianzaba a un muro- el barroco de la barda hecho de cemento
Portland y en la lámina que da el nombre de la calle vio escrito un mensaje que
pensó personalmente enviado como presagió: Milkbank
Str. entonces Jacobo confirmo las
conjuras que tejió durante su caminata por Abigndon
y Abbandun: sintió cuajados los pies de todos los tipos de leche que pudo
probar un hombre en Inglaterra, leche de vaca Yak tibetana, de camella de
Africa y de cabra de Georgia, leche de Holstein, de oveja, de uro y de perra
recién preñada por un perro callejero, una argamasa de calostro de todas las
reinas que pisaron la calle de Milkbank
en Londres lleno su estómago y después la invasión de lácteos que entraron a su
paladar desde las uñas de sus pies hasta su boca.
Quiso detenerse y no caminar más, calmar su desvelo y no
querer creer más en él, porque ya pocas eran sus fuerzas y tan solo le quedaba
otra tanta para decir
-Seis desvelos valen en todo el mundo pero no en la
infestada City de Londres.
Miró como pudo atrás del camino lechoso por el que había
atravesado la noche anterior y ahora lo vio de día, era una cueva larga que escondía su entrada
para todos los transeúntes, la puerta estaba oculta entre sauces por un socavón
angosto que pronto se descubría luminoso, en el camino para entrar y salir de
la gruta se rayaba una vereda hecha con polvos de tequesquite como polvos
salidos del suelo [i]
al tino todo como para agarrar sazón y
preparar la cal viva para un nixtamal.
¡ Jacobo sintió al tris la senda calosa en sus huesos,
vio los tafetanes con pavor del libido y escuchó a todos los ternos hablando en
un mismo celular, hasta que penetró en los recuerdos de sus memorias! en ese
momento todo el lugar fue como el antiguo lago de Texcoco: recordó cuando Doña Malena llegaba a las tres
de la tarde pronta a cocer los granos de maíz y a prender la televisión como si
para ella todo eso fuera derroche de armoniosos hechos uno seguido del otro sin
ninguna vacilación, pues la Doña
lo hacia con una gracia que le eliminaba
sus kilos y los años, mas al empezar el cisco de la tele en aquella visión
Jacobo percibió una molestia familiar que la asoció entre visiones con los ecos
de un teléfono hablando en solitario con groseros repiquetes de taconazos que
zumbaban dentro de un caliche largo y tupido de robles, Jacobo se disipo con
sus recuerdos y sintió que se su cuerpo se consumía en una vaina que cubría su toda su figura y que hubo
ignorado encontrarse envuelto en ella- pero seguía ahí en frente del edificio
barrocó hecho con el primer cemento Portland, seguía inerte sin haber dado
siquiera un paso para atravesar las avenidas que confluyen en Milkbank, al
punto Jacobo cayo en cuenta que hubo pasado un buen tiempo desde que se detuvo
en aquella encrucijada y al dar el primer paso para seguir su camino: sintió
como cada parte de su figura se desgranaba poco a poco, su torso cuajado pesaba,
sus miembros hechos como hojas verdes y su pelo como de huitlacoche, estaba
todo el ya hecho de mieses de maíz y desde boca se desmenuzaba su pensamiento:
-
¡Tres noches eran suficientes para este cantar, yo tuve
siete, seis desvelos no valen en Londres!
La quimera de Jacobo no lo dejó y sin quitar todavía la
vista sobre aquella gruta luminosa vio
como el aparato televisivo de Doña Malena estuvo prendido durante toda la noche acompañando el reposo
del maíz que se bañó en una olla de aguas calizas por una noche, Doña Malena le hubo dejado a las mazorcas la
grabación de su programa preferido de
televisión, “cien mexicanos dijeron” por
creer que era un tipo de levadura estrepitosa para que la masa se inflara e
hiciera más bulto después; Jacobo dio el segundo paso y voltio su cuello para
escupir trozos de dientes de nuevo con su habla:
-¡Seis noches valen para nada en Londres, los desvelos
son vacíos y sin ganas!
Jacobo aplastó con ambas manos su rostro como queriendo
eliminar aquellas alucinaciones que le traía el mirar para aquel camino de
tequesquite y cuando bajo los brazos -¡palpo los poros de su nariz entre sus
manos y sintió como se venía abajo todas sus fauces! -cuando separo aún más sus
diez dedos para librar de sus manos aquella imagen, miró que ambas de sus cejas caían en añicos
hacia el asfalto y cuando intentó moverse de nuevo uno de sus ojos lo sintió más
adelante y la otra pupila en una órbita más atrás - ¡entonces olvidó como respirar!
- Jacobo no lo pensó dos veces tenía que alejarse del caliche, de los juegos
que su terquedad le habían hecho aquella noche y el súbito espíritu del hombre
más arrepentido que se pudo encontrar en la City
aquel día lo impulso a dar enormes
zancadas y sus piernas respondieron al
reflejo del vahído… corrió y corrió, alejándose con ahínco de aquella temible y fulgente
madriguera por la que estuvo caminando con anhelos de crepúsculos en un eterno
anochecer, Jacobo corrió mientras iba dejando
en cada uno de sus pasos trizas de maíz por la velocidad que dirigía la vaina
de su cuerpo, Jacobo siguió como galopando sin percibir sus extremidades hasta
sentir una alegría vacía, hasta ya no sentir miedo hasta que Jacobo sintió que en
cada lapso sus penas se aligeraban más hasta darse cuenta que ya se había
triturado en el trayecto de su carrera, incluso hasta el más profundo de sus
pensamientos, en lo que Jacobo existía ya no se le llamaba cuerpo y luego de
salir de la encrucijada por la que estuvo perdido, encontró la calle Margaret y
ella le dijo:
-
Jacobo,
¿vez aquel regio molino para nixtamal que se encuentra asuso sobre ese gran
reloj?
-
Si,
lo veo Margarita.
-
Seis
meses no valen en Londres para una cosecha de maíz, pero si vuelas y te
introduces entre sus manecillas, podrás transformarte y seguir tu camino.
-
¿Y
en que me transformare Rita, hacia donde iré?
-
Eso
no importa preocúpate por el nixtamal.
Jacobo la miro a
los ojos y creyó en ello, voló con su corpúsculo para seguir el final de su
camino.
FIN
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